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Un sello de gracia en la desgracia

En el rostro de Lina Vanessa es inusual ver alguna huella de tristeza y agotamiento, por el contrario, en su cara suele dibujarse siempre una sonrisa de oreja a oreja. Cada palabra que sale de su boca emana pasión y ternura por la docencia, a la que ha entregado su vida desde hace diez años, y en lo que soñó dedicarse desde que era pequeña.

Lina, como la llaman sus familiares y amigos, nació en Pereira en el año 1988 y creció en el seno de un barrio pobre, pincelado por la delincuencia. En su infancia, cuando no estaba en la escuela, quedaba al cuidado de su hermana mayor, quien ejercía el control del hogar, mientras sus padres estaban en el trabajo durante el día. Vanessa fue sumisa y poco comunicativa en su niñez, solía quedarse en un solo lugar, tranquila y sin hacer ninguna rabieta, mientras se mecía de un lado a otro.

INFANCIA

Sin embargo, su comportamiento preocupó tanto a la familia que llegaron a considerar que tenía autismo, por lo que fue llevada a un centro médico para ser revisada por un experto. Y en aquellas dos visitas al hospital, las únicas que cubrió su seguro médico, Lina recuerda haber sido muy feliz al ver tantos juguetes reunidos en aquel espacio, debido a que en su niñez no gozaba de muchos lujos ni tenía ningún muñeco para jugar.

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Fotografía extraída de la cuenta de Instagram de la profe Lina Vanessa.

En su mirada se alcanza a observar la tristeza que le produce evocar la angustia de su madre al ver que su esposo, quien se dedicaba a vender todo tipo de productos por los barrios de Pereira, empezaba a caer en el alcoholismo, circunstancia que complicaba la situación socioeconómica de la familia. Por otra parte, a su mamá le generaba impotencia saber que su segundo hijo, en plena adolescencia, pasaba más tiempo en la calle que en la casa, pero ella no podía hacer mucho al respecto, pues debía pasar el día entero como fileteadora en una fábrica textil. Fue así como Diana Palacio, hermana mayor de Lina, debió cargar a muy temprana edad no solo con la responsabilidad de cuidar de sus hermanos menores, sino que tuvo que someterse a la imposición de su padre de convertirse en profesora, ya que para él era la mejor manera de conseguir un futuro prometedor.

Lina admiraba la dedicación y el esfuerzo de su hermana por convertirse en profesional y ayudar a su familia; y a pesar de que ella no se dedicó a la docencia por vocación, la admiración que Vanessa sentía por su hermana hizo que creciera en su interior un enorme deseo por ser maestra. Y en busca de hacer realidad su sueño, Palacio realizó la secundaria en la Normal Superior de Risaralda, en donde se destacó por ser una excelente estudiante. Con la intención de ser un gran apoyo para su familia, Lina se esmeró más que nunca por ser la mejor de su institución; ese esfuerzo y entrega la convirtieron en una mujer perfeccionista y exigente, no hacia los demás, sino con ella misma. 

Cuando inició su formación como docente en la Normal Superior, Vanessa se propuso ganar todas las becas que estuvieran a su alcance, y en ese proceso dejó de disfrutar muchas cosas de su vida cotidiana e hizo del estudio una responsabilidad, que con el tiempo se convirtió en una carga pesada. Aunque Lina pudo ganar siempre las becas de su programa de formación académico, nunca olvidará la lección que aprendió luego de haber sufrido una neuralgia de Arnold, producto, entre otras cosas, de su sobre-exigencia académica y sus malos hábitos alimenticios. La pérdida temporal del habla y la poca coordinación para realizar ciertas actividades, fueron algunos de los síntomas que presentó. Pero ser una buena estudiante le permitió que sus docentes y la institución fueran flexibles con ella al momento de realizar los trabajos y de recuperar las notas que había perdido luego de ausentarse por algunas semanas. 

LINA VANESSA PALACIO

Docente

Me quejaba por los recursos económicos, porque sabía que habían fondos pero no nos apoyaban

SERVICIO

“Durante mi primera clase me sentí muy feliz, porque quería ser profesora, y no tuve tanto miedo (...) además había preparado una muy buena clase, con juegos y actividades que tenían que ver con el aprendizaje de los niños”, así recuerda Lina Vanessa la primera vez que se enfrentó a un grupo de estudiantes, cuando aún se formaba como normalista. Sin embargo, no olvida el sentimiento de agobio que le producía que, en las aulas, sus docentes le reiteraran la importancia de enseñar y dictar clases de formas distintas, pero nunca le enseñaron otras formas de hacerlo. Y ante la frustración de salir a dictar sus clases con fotocopias y planas, se puso en la tarea de innovar en sus prácticas pedagógicas, lo que le tomó algunos años.

Luego de culminar su formación como normalista superior en el año 2007, Lina no tardó en iniciar, a distancia, la licenciatura en pedagogía infantil con la Universidad del Tolima, en donde estudiaba los fines de semana. Aquel año tuvo la oportunidad de trabajar como auxiliar docente en el Instituto de Audiología Integral, compuesto por niños con necesidades educativas especiales.

Al año siguiente, mientras aún se formaba como licenciada fue contratada en el colegio privado Rodolfo Llinás de Dosquebradas, en donde laboró durante cinco años. En sus primeras clases en esta institución se encontró con un modelo educativo tradicional, en el que las fotocopias y las planas eran los recursos didácticos más utilizados, y aunque intentó trabajar de esa manera por algunos meses, no pudo acoplarse a aquellas herramientas simples y frías para transmitir su conocimiento a los estudiantes, por lo que comenzó a combinar aquellos materiales didácticos tradicionales con las actividades que había encontrado en la búsqueda de un estilo pedagógico propio y humanista. Así mismo, convirtió su salón de clases en un laboratorio en donde ponía a prueba las nuevas herramientas adquiridas en la universidad. 

En el año 2008, el Ministerio de Educación abrió convocatoria para los docentes que deseaban ser nombrados en propiedad, concurso en el que Lina participó y después aprobó siendo apenas una normalista. Sin embargo, pasó cerca de cuatro años en lista de espera, mientras se hacían los papeleos y trámites necesarios para ser nombrada, lapso en el que alcanzó a graduarse como licenciada en pedagogía infantil, hasta que en el año 2013 obtuvo una plaza en la Institución Compartir Las Brisas en el barrio Villa Santana.

Haber crecido en un contexto similar al de sus estudiantes, le permitió a Lina relacionarse con sus alumnos de una forma distinta a la de otros docentes que llegaban a la comuna. Sin embargo, fue angustiante el contraste que halló entre el colegio Rodolfo Llinás y la Institución Compartir Las Brisas, en donde a los niños y adolescentes “no les importaba aprender, porque ellos tenían hambre”. El reto para Vanessa en aquel plantel educativo, estuvo orientado a cómo ayudar a sobrevivir a sus alumnos, más que a encontrar las didácticas adecuadas para aplicar en el aula de clase. 

Fotografía: 5.0 pal profe

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Dos años después, y gracias al buen desempeño que tuvo en la Normal Superior, fue contactada para que formara parte de aquella institución educativa como docente, pero Lina no contaba con que allí encontraría lo que para ella es hoy la dificultad más grande a la que se enfrenta el sistema educativo colombiano: la estructura del Gobierno y de las instituciones, pero especialmente los directivos de estas.“En la Normal Superior me encontré con muchos muros en los procesos educativos, me quejaba por los recursos económicos, porque sabía que habían fondos pero no nos apoyaban. Entonces, eso no les gustó a las directivas y empezaron a frenar el proceso de los estudiantes, y eso a mí me dolió mucho, porque eran maestros en formación, practicantes, a los que les retenían transporte y materiales, lo que me parecía injusto”. Así relata Lina Vanessa su experiencia como docente en la institución de la que también es egresada. 

Fotografía: 5.0 pal profe

Palacio, durante su trabajo en la Normal, había iniciado la especialización en edumática con la Universidad Católica de Pereira, y luego de culminarla decidió iniciar allí mismo la maestría en pedagogía y desarrollo humano, formación académica que coincidió con su traslado hacia la Institución Alfonso Jaramillo Gutiérrez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lina siempre había mostrado un gran interés por los enfoques humanistas, y en la maestría  no solo pudo profundizar en ellos sino que pudo entender que el autodescubrimiento era una herramienta que le ayudaría en su vida personal y también en su faceta profesional. Y de esta forma hizo del aprendizaje colaborativo una de sus prácticas pedagógicas más utilizadas dentro del aula. Y es que el éxito de sus clases era tan evidente, que sus directivos decidieron asignarle un grupo de estudiantes con un amplio y negativo historial disciplinario para que intentara cambiar el comportamiento y actitud de aquellos alumnos. Y al final de su proceso con ellos, obtuvo un resultado sorprendente.

DÍA A DÍA

Lo que más disfruto de ser docente es escuchar lo que los niños dicen, es otro nivel, ellos traen magia

“Entendí que si estoy bien puedo ayudar a estar bien a otras personas”, esta es una de las lecciones que aprendió en sus clases de meditación, a las que se animó a participar luego de que en una de las cátedras de la maestría les preguntaran: ¿qué los conecta como seres humanos, y qué los hace felices? Y aunque aquellas sesiones de introspección no fueron sencillas, poco a poco pudo enfrentar los recuerdos y miedos que había heredado de su infancia. “Cuando aprendí a escucharme a mí misma, aprendí a escuchar profundamente a los otros. Y descubrí que si empezamos a ver al otro, a escucharlo, hay magia en eso, en cualquier relación”, es así como Lina hizo del ejercicio de oír y conocer a sus estudiantes, uno de sus principios fundamentales.

Viajar es una de las actividades preferidas de Lina Vanessa, y en el año 2017 tomó la decisión de ir hasta París para terminar su maestría con doble titulación. Con una sonrisa relata que aunque por esa determinación adquirió una de sus deudas más grandes, no se arrepiente en absoluto, porque visitar la ciudad de la Torre Eiffel era el sueño cumplido de tres generaciones, el de su abuela Sara, a quien nunca conoció; el de su madre y el suyo. Además, en París se realizó su primer tatuaje, en el que plasmó la palabra ‘Liberté’, porque aunque para la mayoría la capital de Francia representa la ciudad del amor, para Lina es la ciudad de la libertad.

Confío, amor verdadero y la flor del cacao son los símbolos que, según Palacio, representan la transformación humana en la que ha trabajado en los últimos cinco años, y los cuales lleva plasmados, por siempre y para siempre, sobre sus hombros. Lina Vanessa hoy se define como una mujer que escucha y que conserva la esencia soñadora que la caracterizó desde pequeña. Y espera descubrir, a través de la meditación, muchas cosas más de sí misma que la ayuden a ella y a sus estudiantes a “ir al aula de clases a ser felices”.

 

Por su gracia, a pesar de las diferentes desgracias y, además, por su desarrollo humano y pedagogía, hoy la profe Lina tiene un 5.0. 

Fotografía: 5.0 pal profe

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